La cuestión de si el optimismo es una característica innata o una habilidad adquirida ha sido objeto de debate entre expertos. Según el psiquiatra Mario Torruco, el optimismo puede ser tanto un rasgo con el que nacemos como una cualidad que desarrollamos a lo largo de la vida. En resumen, el optimismo puede nacer y también puede cultivarse.
Las personas optimistas tienden a manejar situaciones estresantes de manera más resiliente, y no se ven tan afectadas por los reveses como las personas pesimistas. Esto se debe a la influencia de los pensamientos en las emociones, según la perspectiva cognitivo-conductual. Los optimistas tienden a entrar en un círculo virtuoso en el que sus pensamientos positivos generan emociones positivas, lo que a su vez refuerza su optimismo.
El psiquiatra Rojas Marcos sugiere que el optimismo puede ser inherente o aprendido, y que incluso puede ser influenciado por el entorno en el que crecemos. Un ambiente negativo puede afectar a una predisposición innata al optimismo, y viceversa. Aprender a pensar y sentir de manera positiva puede ser una inversión valiosa para afrontar desafíos y encontrar la felicidad.
El entusiasmo es recomendado como un enfoque de vida. Las personas entusiastas tienden a buscar soluciones y actuar para resolver problemas, mientras que los pesimistas a menudo se sienten paralizados por sus creencias negativas. Estudios indican que los optimistas tienden a vivir más tiempo debido a una menor susceptibilidad a enfermedades cardíacas y un sistema inmunológico más fuerte.
El entorno social también influye en la personalidad. Los optimistas suelen tener una red de apoyo más amplia, lo que les permite tener más amigos y personas a quienes recurrir en momentos de necesidad.
En última instancia, el optimismo puede ser una combinación de factores innatos y aprendidos. Cultivar una mentalidad optimista puede tener un impacto significativo en la forma en que enfrentamos la vida y en nuestra salud mental y física.